Jaime Sánchez se ve a sí mismo como un pintor "engendrado" en la postmodernidad, una época en la que gran parte de la actividad intelectual (y la pintura lo es) desemboca irremisiblemente en la permanente puesta en cuestión de aquello entendido hasta ahora como bello, bueno, verdadero. La tan manida “crisis de las vanguardias” y su descrédito definitivo con la aparición del pop art, derivó a mediados de los setenta en corrientes de perfil indefinido como el neoexpresionismo alemán, la transvanguardia italiana, la nueva figuración inglesa,… Tendencias que influirán en la generación española de los años ochenta, donde se inscribe un todavía muy joven Jaime Sánchez. Con la vuelta a la pintura, tras la fiebre conceptual, se adopta una actitud generalizada de plena apertura frente al arte. Para algunos casi todo vale mientras que para otros han de mantenerse unas mínimas garantías de calidad e identidad estética.

Más allá del pensamiento propio y la libre creación, base indiscutible de todo arte moderno, la postmodernidad de Jaime Sánchez se sostiene, no precisamente por un afán de seguir lenguajes transgresores de moda, sino gracias a la honestidad de un trabajo a menudo “maldito”, en el que han tenido lugar tanto los momentos de máximo disfrute como las fases de oscura incomprensión. En esa total aproximación del arte a la vida, su pintura ha formado y forma parte de ese “yo” instintivo e íntimo, a veces enfrentado en batalla psicológica a su super-yo, es decir, contra aquel que nace de la moral impuesta o, en términos más freudianos aún, el encarnado simbólicamente por la concienzuda autoridad del padre.


Evolución y revolución en la pintura de Jaime Sánchez


Desde los años ochenta hasta hoy, el devenir creativo de Jaime Sánchez se ha caracterizado en líneas generales por la aparente inconexión artística de sus trabajos. A menudo inquietante e incierto, el desarrollo de este pintor solitario, ha dependido siempre de una increíble versatilidad, de una curiosidad insaciable frente lo desconocido y, sobre todo, de una intensa capacidad para quemar etapas sin perder, por otro lado, la esencia del decurso propio, detrás del cual se halla omnipresente tanto su voluntad de poder cuanto su vulnerabilidad como ser humano. Estamos ante un pintor para quien la obra de arte es un ente abierto al espectador y al mismo tiempo una expresión externa de su yo interior.